Hace 3 años que tuve mi primer contacto con el Yoga. Fue cuando acompañé a mi madre a un retiro de yoga y meditación, ya que por motivos de estrés el médico se lo recomendó. Lo que más me impactó fue la pasión con la que la profesora explicaba lo que era el yoga. Percibí que el yoga no era solo hacer posturas, sino que había un mundo enorme detrás. Me atrajo mucho, y además sentí calma y bienestar durante todo el fin de semana. Pero al volver a casa, al día a día, a ir corriendo a todas partes, al trabajo, etc… lo dejé a un lado. Unos meses más tarde, la acompañé de nuevo. En ese retiro fue cuando tuve mi primer contacto con el yoga de síntesis de Swami Sivananda. No sabía qué era un swami quién era Sivananda,.. pero me llamó la atención esos dos señores que aparecían en las fotos que el profesor ponía en el aula.
Conecté mucho con él y con lo que explicaba, volviendo a sentir esa desconocida sensación de calma y bienestar conmigo misma. Empecé a investigar sobre Swami Sivananda y Swami Vishnudevananda, me atraía mucho conocer sus historias, por qué se hicieron yoguis, cómo pudieron llevar el yoga a Occidente desde lo más profundo de la India. Sobre todo, quería saber cómo aplicar todos esos conocimientos a mi día a día. Porque si bien los retiros de yoga me daban mucha paz, no eran la vida real.
Cuando volvía a casa me encontraba tranquila, como si hubieran cogido mi cabeza y la hubieran limpiado por dentro. Pero a los pocos días de volver a estar inmersa en las prisas, jefes, tráfico, compromisos… esa sensación de vacío y quietud se iba sustituyendo por el estrés, los agobios, dudas, y rayadas mentales que hacen que se me olvide hasta que estoy respirando. Me di cuenta de que el yoga me daba vida; como cuando notas el ambiente cargado y abres una ventana y puedes respirar mejor. El yoga me regalaba una (cada vez más duradera) sensación de paz, confort, alivio… una confirmación de que había una forma de vivir mejor y de encontrarme mejor. Quería profundizar mucho más, no solo en la práctica física, sino también en la espiritual. Había un mundo extensísimo en el que poder sumergirme conmigo misma, sin ningún objetivo ni pretensión. Entonces me encontré con esta formación de profesores de yoga. Era todo lo que iba buscando, una formación seria y completa. Donde no solo se hacen asanas, sino que se entienden por qué se hacen. Se imparten muchas horas de filosofía, teoría, y todo en el contexto de la India; porque no se puede entender el yoga sin la India. Se hace kirtan (canto de mantras) y la ceremonia del arati.
Aluciné la primera vez que lo viví: todos empezaron a cantar una “canción” de la cual yo no podía ni leer las palabras de lo extrañas que eran para mí. Recuerdo la emoción que sentían mis compañeros durante el kirtan, y lo raro que me resultaba. Pero decidí soltar, entregarme, fluir y me permití vivirlo sin juzgar. Ahora el kirtan es de las cosas que más disfruto en la formación. Esta formación ha marcado un antes y un después en mi vida. Ni siquiera llevo un año, pero me ha enseñado muchísimo. He aprendido que si entendemos los patrones y tendencias en los que se basan nuestras acciones podemos entender por qué nuestra vida es como es. El yoga te enseña a vivir mejor; te ayuda a comprenderte, te enseña a parar, a respirar, a llevar la mirada a tu interior. Aprendes que lo que te pasa no es culpa de nadie, tampoco tuya. Durante la formación, la relación con tu cuerpo empieza a cambiar: comprendes que es el vehículo que te permite tener salud y que tienes que cuidarlo. Sientes cómo cada asana le ayuda.
Entendemos que lo importante no es “hacer el pino” o llegar a tocarte los pies, sino entregarte respirando y soltar; entregarte a la vida: decirle que sí con todo. Esta formación te cambia la vida. Es exigente y precisa de un gran compromiso con la práctica. Pero sobre todo requiere compromiso contigo misma, de querer conocerte mejor y entender de dónde vienen todos tus miedos e inseguridades. Requiere fuerza para enfrentarte a esa parte más escondida de ti, que te has ocultado para seguir adelante. Y una vez empiezas a encontrarla, necesitas compromiso para seguir trabajando desde ahí y poder abrirte a la vida; aceptando el miedo a que te hagan daño. Una y otra vez. Como bien dice Bhanu, empezar de nuevo todos los días con el yoga.
Aquí he encontrado como una segunda familia, donde he recibido algunos de los abrazos más sinceros de mi vida. He conocido a personas maravillosas, a las que verdaderamente admiro y de las que aprendo tanto... Son amigos, que desde el primer día me han hecho sentir infinitamente cómoda. Los profesores se convierten en segundos padres, siendo unas manos a las que poder agarrarme sin ninguna duda para subir hacia arriba. Me han transmitido una fe y confianza indescriptibles. Me siento infinitamente agradecida a la vida por haberlos encontrado. No solo cambia tu vida, si no que gracias a los conocimientos que vas adquiriendo puedes mejorar un poquito la de las personas que quieres y tienes a tu alrededor.
Vale la pena todo: los madrugones, los planes a los que has de renunciar los fines de semana que hay formación, e incluso la resistencia que sientes los viernes por la noche que hace que no quieras ir porque sabes que toda tu película se va a desmontar. Recomiendo firmemente hacer la formación a quien quiera mejorar la relación consigo mismo, conocerse mejor y encontrar herramientas para poder hallar paz en sí mismo. Creo que esta formación de profesores es lo que necesitas si buscas un modo de vivir la vida diferente al que estamos acostumbrados, donde vamos como locos impulsados por la inercia del “no parar”, siempre estando enfocados en lo que nos falta. Es el lugar perfecto para aprender a llevar el yoga a la vida.